GIANFRANCO TRIPODO
"Ya están en el radar”. Armando Sarasola, gallego, de 56 años, capitán del
Fulmar, señala el objetivo en una de las pantallas del puente de mando a bordo de este buque de operaciones especiales del
Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA).
Dos pequeñas manchas informes asoman varias millas al oeste de la isla
de Alborán y a unas diez de nuestra posición. Las dos manchas son dos
veleros de menos de quince metros procedentes del norte de África. En
uno de ellos, tres pobres diablos navegan plácidamente con viento de
popa y rumbo hacia la costa andaluza sin saber lo que se les viene
encima.
Lo que está a punto de venírseles encima, dando
pantocazos a
cuarenta nudos de velocidad sobre el Mediterráneo convertido en una
balsa a media mañana de un viernes de primeros de mayo, es la proa de
una de las dos lanchas ultrarrápidas del Fulmar lanzadas al agua con
varios marineros de operaciones especiales del SVA dispuestos para el
asalto. En la parte delantera van sentados, comiendo el salitre que
arrecia con cada golpe de mar, tres tipos vestidos de negro con mono,
guantes y casco de faena. Antonio Fernández, gallego, de 46 años y 24 de
experiencia en el SVA, pistola HK al cinto cargada con munición de 9
milímetros, explica a gritos entre el rugido de la turbolancha el estado
de la cuestión. Escuchan sus palabras Ramón de la Cuesta, de 47 años y
armado con subfusil, y Jesús García de Leániz, un bigardo de 34 años que
mide casi dos metros de altura y luce barba y melena rubias que le
otorgan aspecto de vikingo.
–Aparecerán por nuestra proa en unos minutos. El velero a por el que
vamos no mide más de quince metros. A bordo van tres tripulantes, uno de
ellos con antecedentes por narcotráfico.
–¿Actitud? –pregunta Jesús.
–En principio, no les engrilletamos. Subimos rápido, tú vas hacia
proa a inspeccionar mientras Ramón y yo nos quedamos controlándolos en
cubierta.
El aviso llegó cifrado hasta la sala de comunicaciones del
Fulmar
a primera hora de la mañana. El avión de Aduanas que sobrevuela la zona
del estrecho de Gibraltar y las costas atlántica y mediterránea ha
localizado dos veleros sospechosos con rumbo hacia la Península que
habían zarpado unas horas antes del puerto deportivo de Melilla. En la
sede madrileña de la Dirección General de Aduanas, los agentes del SVA
certifican que una de las embarcaciones es sospechosa y en ella viaja un
tripulante con antecedentes por tráfico de drogas. Tardan poco en
mandar una orden de asalto hasta el
Fulmar. Días más tarde, en
la sede de la Dirección de Aduanas, el jefe de operaciones navales del
SVA, Fernando Muñoz, explicará uno de los factores que caracterizan a
este cuerpo de élite acostumbrado a actuar con el factor sorpresa como
principal aliado: “Tenemos la capacidad de tomar decisiones de este tipo
de manera casi inmediata. Sin apenas burocracia ni escala de mandos.
Eso nos diferencia de otros cuerpos policiales”.
La voz de alarma salta por primera vez veinticuatro horas después de que
El País Semanal embarcase en el
Fulmar,
tras una noche de guardia en la que no apareció nada raro por los
radares ni en el objetivo de la cámara térmica. A las diez de la mañana,
una fotografía digital de la embarcación sospechosa llega desde Madrid
hasta la mesa de cartas del puente de mando. Mirándola de reojo, el
capitán calcula en una carta del Estrecho y el mar de Alborán la
distancia que nos separa del objetivo. “Nos han dado la orden de abordar
a este velero de 44 pies, que viaja junto a otro de parecida eslora.
Están a unas 30 millas de España y 52 de Marruecos. Cuando lleguemos a
unas 10 millas de ellos, vamos a arriar las dos lanchas para llevar a
cabo el asalto. El fotógrafo y tú podéis ir con ellos”.
Hacia las once, el puente de mando del
Fulmar se convierte
en un vivero de adrenalina. Los marineros de operaciones especiales con
turno de guardia mañanera terminan de ajustarse aquí el equipamiento de
asalto, los chalecos antibalas, las balizas de emergencia. Comprueban
las conexiones de los
walkie talkies. Los elementos de
seguridad y comunicaciones prevalecen sobre el armamento entre estas
filas. Sus actuaciones suelen transcurrir de madrugada en aguas
turbulentas y no resulta nada práctico pegar un salto a las
embarcaciones de los adversarios pertrechado hasta los dientes.
Grilletes, porras y hachas suelen resultar para ellos más prácticos que
el armamento de fuego. Mientras prosigue a bordo el ritual preparatorio,
Ramón de la Cuesta asoma su nariz aguileña por la escotilla derecha con
el subfusil HK colgando del hombro. “¿Vienen del moro, no?”, pregunta.
El capitán termina de dar las últimas indicaciones. Salvador Cervantes,
oficial del
Fulmar, de 57 años, sale del armero situado junto
al puente de mando ajustándose el chaleco salvavidas. “Yo desmoralizo”,
suelta medio en broma, medio en serio. “Voy para desmoralizar a los
malos”.
El factor sorpresa es su principal aliado. "Tomamos decisiones de asalto de manera casi inmediata"
Salvador también es el encargado de ponerse a los mandos de la lancha que espera en la cubierta del
Fulmar
a ser catapultada del buque con el pescante en menos que canta un
gallo. A popa de la planeadora, junto a Salvador, suben Enrique
Outeiral, marinero especializado en mecánica, de 54 años, y Alfredo
Fernández, oficial de puente, de 40. Antonio, Ramón y Jesús, espaldas
anchas como un armario, toman asiento en las morcillas acolchadas de
proa e invitan al polizón a situarse junto a ellos. El mismo número de
tripulantes embarca frente a nosotros en la otra lancha auxiliar del
buque. En cuestión de segundos, las grúas lanzan las planeadoras al agua
y empezamos a cabalgar sobre el Mediterráneo.
Ocho millas después, la voz grave de Antonio rompe el silencio del
mediodía en este rincón cercano a la isla de Alborán. Su dedo índice
señala el objetivo que asoma a un par de millas de nosotros. “¡Están a
la una!”. Ramón vuelve su rostro duro como una lija hacia el polizón y
entorna una sonrisa pícara. “¿Qué? ¿Cómo vamos de nervios?”. Volamos
sobre el agua confundiéndonos con el azul del mar mientras la otra
lancha de operaciones especiales del
Fulmar sigue nuestra estela. A lo lejos se divisa el palo del velero que estamos a punto de asaltar. Parece un buen día de caza.
A eso se dedican estos tipos. A cazar narcotraficantes. Son la punta
de lanza en las incursiones españolas en alta mar contra el contrabando.
Ochenta y seis agentes, hombres casi en su totalidad, conforman la
élite de operaciones especiales del Servicio de Vigilancia Aduanera, el
cuerpo policial de la Agencia Tributaria dedicado a combatir el
contrabando, el blanqueo de capitales y el fraude fiscal. El equivalente
a la
Guarda di Finanza italiana, los franceses del cuerpo de
Douanes et Droits Indirects o los temibles
alemanes del ZKA.
Considerados fuera de España por sus homólogos y por ejércitos de otros
países con los que han colaborado en decenas de ocasiones como uno de
los más prestigiosos organismos antidroga del mundo, son, sin embargo,
grandes desconocidos dentro de nuestras fronteras. El SVA opera en todo
el territorio español, su espacio aéreo y aguas jurisdiccionales. Cuando
se trata de operaciones en alta mar, los elegidos son estos mismos
agentes especiales junto a los que navegamos. Adiestrados para saltar de
una patrullera a oscuras, de madrugada, con olas de cinco metros, y
abordar un mercante sin miramientos con el objetivo de trincar la
mercancía ilegal de sus bodegas. Pueden actuar contra cualquier
embarcación con bandera española en aguas internacionales. Colaboran con
los GEO y con otros organismos policiales y de la Guardia Civil. Sin
que por ello obvien la consabida competencia latente por “ganar la
partida a los malos”.
Los malos, como ellos llaman a sus adversarios, los conocen
bien. Las hazañas sobre sus ataques al narco corren por el mundillo del
contrabando desde la ría de Arosa hasta el estrecho de Gibraltar. Mentar
nombres como los del capitán Caparrós o el oficial Fontela es algo
parecido a hablar de los Messi y Ronaldo del cuerpo de operaciones
especiales del SVA. También es el caso de Javier Collado, el audaz
piloto del helicóptero de Aduanas que sobrevuela cada noche implacable
las aguas del Estrecho, inmortalizado por Arturo Pérez-Reverte en
La Reina del Sur (Alfaguara) con las palabras que el periodista del
Diario de Cádiz
Óscar Lobato empleó para describirle durante un encuentro entre los
tres: “Piloto del helicóptero de Aduanas. Cazador nato. De Cáceres. No
le invites a un cigarrillo ni a alcohol porque solo bebe zumos y no
fuma. Lleva 15 años en esto y conoce el Estrecho como la palma de su
mano. Serio, pero buena gente. Y cuando está ahí arriba, frío como la
madre que lo parió”.
Hazañas al margen, todos forman parte del mismo SVA que ostenta uno
de los pabellones con más solera de España y cuyo origen se remonta
hasta hace cinco siglos con el auge del negocio tabaquero que floreció
con el Descubrimiento de América e impulsó la organización paramilitar
del primer Resguardo, dedicada a proteger el monopolio fiscal del Estado
sobre el tabaco. Dependiente del Ministerio de Hacienda desde mediados
del siglo pasado, integraron sus filas funcionarios tanto civiles como
militares hasta que en 1982 se reestructuró la organización, adscrita
diez años más tarde al Departamento de Aduanas y Servicios Especiales de
la Agencia. “En tres palabras, somos una policía aduanera y fiscal”,
sintetizará días después en la Dirección de Aduanas de Madrid Manuel
Montesinos, jefe de operaciones del SVA.
No se trata de policías a los que haya que enseñar a navegar, sino de marineros que se hicieron policías"
De los casi 2.000 agentes a cargo de Montesinos, 900 pertenecen al
Servicio Marítimo. Entre estos últimos, 86 componen la fuerza de
operaciones especiales que navegan en los buques Fulmar y Petrel. “La
mayoría son hombres, es cierto. Para las oposiciones se exige
experiencia marinera, un mundo predominantemente masculino. No se trata
de policías a los que hubo que enseñarles a navegar. La mayoría son
marinos que se convirtieron en policías. La especialización y el
entrenamiento son fundamentales para ellos a la hora de evitar
accidentes. En alta mar, los narcos se encuentran más relajados que
cuando llegan a la costa a soltar el alijo. A mil millas de Cabo Verde,
lo que menos se esperan es que unos tíos los aborden de madrugada para
pedirles los papeles. La mayoría de las veces no llevan ni armas y no
suelen responder al asalto. Hay reacciones más violentas con el tema del
hachís ya en la costa, donde sí que nos han pegado algún tiro o nos han
apedreado, como pasó recientemente en Sanlúcar de Barrameda [Cádiz]
cuando varios vecinos asaltaron el helicóptero de Aduanas mientras
intentaba interceptar un alijo”.
Entre los objetivos del SVA, prosigue Montesinos, “los
estupefacientes son un género más del contrabando” contra el que
combaten, además de contra el fraude aduanero y fiscal. “En el Servicio
Marítimo tiene prevalencia el narcotráfico. En los noventa era el
tabaco, y en los últimos años hemos detectado un repunte de esta
actividad con cargamentos procedentes de Gibraltar, Andorra, Canarias,
China, Emiratos Árabes… De un par de años para acá ha aumentado el
trasvase de cigarrillos no falsificados para consumo en territorio
nacional. Con las incautaciones del año pasado de tabaco se evitó un
perjuicio a la Hacienda pública en torno a 30 millones de euros. También
se ha producido una evolución del tráfico de cocaína desde el
transporte marítimo por la vía de las Azores hacia España a favor de los
contenedores que entran por muchos otros países europeos. En cuanto al
tráfico de hachís, la costa gaditana es la zona española de mayor
preocupación. Al SIVE [Sistema Integrado de Vigilancia Exterior, gestionado por la Guardia Civil]
no le llama la atención un pesquerito o un velero, y por eso gran parte
de este tráfico ha mutado hacia esas embarcaciones en lugar de las
planeadoras”.
Impactamos violentamente contra la embarcación sospechosa por el costado de estribor. "¿Quién está al mando aquí?"
Cádiz, la provincia española donde se intercepta más droga (más de un
centenar de toneladas de hachís incautadas el año pasado y cerca de
cuatro toneladas en aprehensiones de cocaína), cuenta con un punto al
rojo vivo en la lucha contra el narco en la desembocadura del
Guadalquivir por Sanlúcar de Barrameda y será uno de los nuevos
emplazamientos fijos del
Fulmar. Bestia negra del narcotráfico en alta mar junto al
Petrel,
ambos buques de operaciones especiales del SVA son auxiliares de la
Armada española. Con 61 metros de eslora y 10 de manga, helipuerto,
lanchas semirrígidas de asalto izadas con grúas ultrarrápidas, calabozos
y armamento pesado (ametralladoras Browning del calibre 12,7), el
Fulmar nació en 2006 como la versión mejorada del emblemático
Petrel
que opera desde 1995 con una espectacular hoja de servicio: 49
operaciones, más de 80 toneladas de cocaína incautadas, otras 24 de
hachís y 723.950 cajetillas de tabaco intervenidas. El historial de
aprehensiones del Fulmar asciende a 10 toneladas de cocaína y 13 de
hachís incautadas desde su botadura. La silueta azul que lo convierte en
un ave nocturna al caer el sol apareció ante nosotros por primera vez
junto a la bocana del puerto de Algeciras.
A punto de partir hacia una operación de refuerzo de vigilancia
costera en la zona de Alborán, coordinada desde Madrid con las unidades
aeronavales regionales,
El País Semanal embarcó veinticuatro horas antes de que las dos manchas sospechosas aparecieran en el radar del
Fulmar.
Los cerca de 30 tripulantes a bordo llevaban ya diez días de marea y
venían de desarrollar otra incursión en el Atlántico contra un pesquero
sospechoso de llevar en sus bodegas carga de contrabando. Ahora estaban
de nuevo dispuestos para una nueva cacería.
La semirrígida auxiliar del Fulmar zumba proa al velero sobre el que
ha recaído la orden de asalto esta mañana de mayo. Nos aproximamos por
el costado de estribor a toda velocidad hasta impactar violentamente
contra el casco de la embarcación, que aprovechaba una suave brisa para
navegar a tres nudos con viento portante y las velas mayor y génova
desplegadas como orejas de burro. Los tres tripulantes, uno de ellos con
antecedentes por narcotráfico, nos ven llegar por popa con los rostros
desencajados. Tras el choque de embarcaciones, Antonio sube de un salto
al velero en décimas de segundo. Le sigue Ramón, atento al subfusil, y
Jesús, el bigardo de casi dos metros que corre hacia proa para abrir el
tambucho del ancla sin mediar palabra. Los ocupantes del velero
contemplan en silencio la invasión desde la bañera de popa mientras el
resto del pasaje de la semirrígida culmina el abordaje.
Alfredo, oficial del
Fulmar, pregunta quién está al mando de
la nave. Un hombre de cuarenta y tantos se presenta como patrón del
velero con unos papeles en la mano. Viste un polo rojo, bañador y se
calza unos náuticos. Tiene barba de varios días y cara de pocos amigos.
Alfredo y Enrique, especialista en mecánica, bajan con él a la cabina y
le obligan a abrir el compartimento del motor. En cubierta permanecen en
silencio los otros dos tripulantes, ambos rondando la cincuentena y con
cara de póquer. Antonio y Ramón los vigilan de cerca sin encañonarlos,
dado que no han opuesto resistencia. A bordo de la lancha de Aduanas
solo queda Salvador, manteniéndose pegado al velero. Desde allí les
pregunta de dónde vienen y entabla una breve conversación con el más
maduro de los dos tipos que permanecen en cubierta mientras se lleva a
cabo un registro en el interior del velero.
–Venimos de Melilla.
–Ya. De la boca del lobo.
–¿Por qué?
–Por nada, hombre, por nada.
El registro transcurre durante media hora hasta donde permite la ley
sin que exista auto judicial que facilite una inspección de ciertas
zonas del barco más a fondo en tierra. Cumpliendo estos límites, los
agentes de Aduanas no han encontrado fardo alguno a bordo del velero.
Firma de papeles. Vuelta a la lancha. Todos, marineros del SVA e
inspeccionados, mantienen la misma cara de póquer hasta el final. “Si
llevan droga, la tienen muy bien escondida”, susurra el oficial Alfredo
Fernández mientras saltamos de nuevo a la lancha. La otra avanzadilla ha
registrado el otro velero junto al que viajaba esta embarcación
sospechosa y tampoco ha encontrado nada. Es hora de volver al
Fulmar.
El buque 'Fulmar' de Aduanas se ha incautado de 10 toneladas de cocaína y 13 de hachís desde su botadura
De nuevo en el buque, todos vuelan en busca de una ducha de agua
caliente a la espera de reponer fuerzas con una deliciosa paella. De
camino a los camarotes, Ramón de la Cuesta, más de dos decenios de
servicio, admite que hoy no han tenido suerte: “Cada aprehensión es
diferente. Vas al límite y la adrenalina siempre está ahí. Entre mis
mejores recuerdos está el asalto en 2009 al
Doña Fortuna, un
pesquero cargado con cinco toneladas de cocaína. Hoy tengo 47 y a los 65
no nos podemos jubilar, así que seguiremos dando guerra”.
Más allá del asunto de la jubilación seguirán en esto porque les
gusta su oficio. Y hay quienes, como Jesús García, el vigués con aspecto
de vikingo, lo llevan en la sangre. Jesús es hijo del mítico capitán
Caparrós del SVA. Estudió Biblioteconomía, pero acabó presentándose a
las oposiciones del cuerpo de operaciones especiales. Hoy tiene 34 años,
sueldo de funcionario de carrera en la categoría C-1 y desde que ha
sido padre nota cómo le empieza a pesar lo que hace. “Pero siempre he
pensado que hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos y los
hombres del mar. Yo soy de estos últimos. Cuando sales ahí fuera,
controlas en todo momento el uso de la fuerza. Pero llegado el momento,
pa que llore mi madre, que llore la suya”.
Son mitad corsarios y mitad agentes de la ley. "Nuestro mayor hándicap no es el adversario, sino el estado de la mar"
Remedios Muñiz, de 40 años, soltera, sin hijos y desde 2004 en el
SVA, es una de las poquísimas mujeres que integran el cuerpo de
operaciones especiales. “Me metí en esto por ejercer en este barco, en
actuaciones de alta mar. Cuando patrullamos soy una más. A la hora de
regresar al buque es cuando se nota que esta es una embarcación donde
predominan los hombres. No me veo mucho más tiempo haciendo esto sobre
todo por las lesiones. Con los años, la espalda se resiente y los golpes
durante los asaltos son frecuentes”. Como explica Pablo Piñeiro, de 48
años, primer oficial del
Fulmar que muestra como un tesoro el
retrato de su esposa, Mili, que guarda en su camarote, “el mayor
hándicap para nosotros no es el adversario, sino el estado de la mar”.
El segundo día a bordo tras el asalto transcurre entre guardias en el
puente de mando, vigilando los radares y la cámara térmica en busca de
una nueva presa, e incontables recuerdos de singladuras gloriosas.
Pedro, Javier, Lute, Totana… Salvador, Alejandro, Alfredo, Julio, Pablo,
el capitán Armando… Todos tienen sus razones para seguir protagonizando
la caza del narco que se libra en aguas internacionales. Aquí operan
las reglas que establecen estos marineros, que son mitad corsarios y
mitad agentes de la ley. Los tres pobres diablos de esta mañana han
tenido suerte.
Al día siguiente, de camino a desembarcar en el puerto de Málaga,
Ramón comenta que cuando trincan un buen alijo lo celebran como si
metieran un gol por la escuadra. Hay abrazos y gritos. La última diana
en la que participó el
Fulmar data del pasado 6 de diciembre. Con apoyo del patrullero
Alcaudón II y la participación del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil, intervinieron 25 millas al sur de Marbella el yate
Star Uno,
cargado con 1.380 kilos de hachís. “Sobre las operaciones más
recientes, como esta en la que os habéis enrolado, usando un símil
futbolístico podría decirse que hemos tenido una mala racha de
resultados”, admitirá Manuel Montesinos días después en la Dirección de
Aduanas de Madrid. “Pero te aseguro que estos tíos vuelven a dar en el
blanco más pronto que tarde”.
http://elpais.com/elpais/2013/05/30/eps/1369938370_909022.html