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NARCOTRAFICO-FRAUDE FISCAL-BLANQUEO DE CAPITALES-CRIMEN ORGANIZADO-CONTRABANDO

SI POSEE INFORMACION RELACIONADA CON ILICITOS PERSEGUIBLES POR EL SVA PUEDE PONERSE EN CONTACTO EN LA SIGUIENTE DIRECCION:

Departamento de Aduanas e Impuestos Especiales de la Agencia Tributaria

Avda. Llano Castellano 17, 28071 Madrid
Correo electrónico denuncias: denunciasvigilanciaaduanera@correo.aeat.es
Telefono denuncias: 900 35 13 78



DENUNCIAS REFERENTES A DELITOS DE CARACTER FISCAL https://www.agenciatributaria.gob.es/AEAT.sede/Inicio/Procedimientos_y_Servicios/Otros_servicios/Denuncia_tributaria/Denuncia_tributaria.shtml


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* TRES AMIGOS EN EL AGUA.

TRES AMIGOS EN EL AGUA (Arturo Perez-Reverte)

Hace un par de semanas, tres amigos míos se estrellaron persiguiendo una planeadora, y salvaron el pellejo de milagro. Volaban de noche a cincuenta nudos sobre el mar a bordo de Argos IV, el helicóptero de Vigilancia Aduanera de Algeciras, detrás de una goma, tripulada por tres marroquíes, que había salido del economato cargada de chocolate. Pegaba fuerte oleaje, con viento de fuerza siete, y la velocidad de la planeadora la hacía brincar sobre el agua, iluminada por el foco del helicóptero. Rutina. Una situación vivida y resuelta miles de veces. Y de pronto, el molinillo se fue abajo. Chof. Al agua. Son cosas que pasan: unas veces se gana, otras se pierde, y otras se va uno a tomar por saco. Esa vez, mis amigos casi se fueron. Piloto, copiloto y observador: magullados y heridos pudieron salir del aparato antes de que se hundiera. Luego -son profesionales- se mantuvieron agarrados unos a otros, flotando en sus chalecos salvavidas, en la noche, la oscuridad y el oleaje. Las radiobalizas resultaron ser una puñetera mierda. No se activaron, o la señal no llegó a ninguna parte. Pasaban luces de mercantes a lo lejos. Tiraron bengalas, pero, o a bordo de los barcos no las vieron, o pasaron mucho. Por suerte, uno de los náufragos llevaba un teléfono móvil en una bolsa estanca; y antes de que éste también se fuera al carajo pudieron decir que estaban en el agua. Después aguantaron luchando contra la hipotermia, economizando fuerzas, agarrados para no separarse, durante más de dos horas. Y al fin, los compañeros que habían salido en su busca, los encontraron y los llevaron a casa.

No tenía previsto escribir nada sobre eso. En los últimos tiempos he hablado mucho de esos tipos y de su curro, y sé que no les gusta. Además, caerse al agua es gaje del oficio. Más les duele la pérdida del molinillo: sé que le tenían cariño al viejo y fiel Argos IV. Además, cuando se publique esta página ya estarán de nuevo ahí arriba, en la noche, persiguiendo a los malos porque es su obligación y su oficio. Pero resulta que, después del accidente, entre las informaciones de prensa y las declaraciones y todas esas cosas, leí algo que no me gustó: el comentario de un miembro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que por lo visto no considera a los de Vigilancia Aduanera compañeros, sino competencia. Y el hombre, o el portavoz, o lo que sea mi primo, en vez de manifestar solidaridad y admiración por su trabajo, se descolgó manifestando que no le extrañaba demasiado el accidente, porque «arriesgan mucho y a veces son unos kamikazes».

Así que me van a disculpar si hoy puntualizo. Primero: porque, repito, se trata de amigos míos. Segundo: porque hacen un trabajo admirable y peligroso por cuatro duros al mes. Y tercero: porque si alguien está en las antípodas de la palabra kamikaze es la gente con la que yo he volado en los helicópteros Argos y navegado en las turbolanchas Hachejota. El piloto que se remojó hace dos semanas lleva trece mil horas de vuelo acumuladas en quince años volando casi siempre de noche, y sus tácticas de vigilancia y persecución, fruto de una larga experiencia -éste es su primer accidente, y todos los tripulantes salieron vivos-, son escuela para servicios similares de otros países, cuyos pilotos se confiesan admirados por la profesionalidad y eficacia de Vigilancia Aduanera. Y no estaría de más recordar, por cierto, que si a otros servicios de seguridad del Estado español no se les caen al mar helicópteros en misiones nocturnas, es porque esos servicios -que tienen, por supuesto, muchos notables méritos propios- no vuelan de noche, ni aterrizan a oscuras en playas diminutas, ni saltan a bordo de planeadoras cargadas de hachís en alta mar, jugándose la vida, para liarse a hostias con los malos mientras la goma pega pantocazos a cincuenta nudos. Todo eso no me lo ha contado nadie, porque lo he visto; y alguna vez la turbina de la Hachejota se tragó una piedra de la playa planeando en cuatro palmos de agua, o las olas que ahora dieron con Argos IV en el agua rozaron los patines del helicóptero desde el que veía lo que cuento. Pues quien no se moja, no saca peces. Y a cambio de ese peligro calculado y profesional que corren, pese a ser pocos, y a que no les renuevan la plantilla con el personal joven que necesitan, y a que su servicio de prensa y relaciones públicas es de una incompetencia extrema, y pese a que a veces parezca que lo que se pretende es liquidar Vigilancia Aduanera por recorte de presupuestos, vejez y aburrimiento de sus funcionarios, el Ministerio de Hacienda y el Estado español pueden presumir, y lo hacen, de unas cifras asombrosas de resultados en la lucha contra el narcotráfico en Europa.

Así que no les toquen los huevos, háganme el favor. Ni kamikazes, ni zumbados de la adrenalina, ni boquerones en vinagre. Al contrario: eficacísimos profesionales que se juegan la vida porque así se ganan con decencia el jornal. Hombres honrados, tranquilos y valientes, a los que tengo el privilegio de llamar amigos.

El Semanal 17 de noviembre de 2002
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ABORDAJE AL BARCO DE LA COCA

No es un relato de piratas. Es una historia real de dos bandos enfrentados: unos al margen de la ley, los narcos; otros, haciéndola cumplir, los agentes del Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA), un grupo de élite que lucha contra los grandes cárteles de la droga que intentan introducir cocaína y hachís en España. El combate se desarrolla muchas veces en alta mar, en medio del Atlántico, de noche, a 1.000 millas de la costa.
Desde enero de 2008
se han asaltado 10 buques, que cargaban 16.000 Kg de coca
y 7.546 de hachís
Antón, gallego, 48 años, lleva 24 en el cuerpo. Mitad policía, mitad pirata, ha vivido muchos abordajes a los barcos de la droga. Desde enero de 2008 se han asaltado 10 buques, que cargaban 16.000 kg de coca y 7.546 de hachís, lo que supone retirar del mercado 148 millones de rayas y 34 millones de porros.
Desgraciadamente, sólo se intercepta entre el 15 y el 20% de la droga que entra en España.
Entre 15 y 25 días a bordo
Es miércoles. Suena el teléfono y, al ver el número, Antón sabe "que hay operación a la vista. La cita es el viernes en el puerto de Vigo".
Antón se va a embarcar en el Petrel, uno de los dos buques insignias del SVA. "Somos 26 a bordo. Antes de partir llamo a mi mujer y a mis hijos, no sé cuantos días tendré que pasar incomunicado". De hecho, estas operaciones suelen durar entre 15 y 25 días.
El capitán del Petrel no les informa hasta que ya están en el mar, hay que evitar filtraciones. Las jornadas pasan haciendo "guardias, maniobras de arriado e izado, puesta a punto de las embarcaciones auxiliares, ejercicios de tiro y abordaje...".
Me ha tocado formar parte de la tripulación de presa, la de asalto. Pienso en los míos
Al séptimo día suena un grito en el puente, el oficial de guardia detecta un punto en el radar. Es la una de la madrugada.
"Hay que evitar que detecten nuestra presencia, para que no les dé tiempo a arrojar la droga. Me ha tocado formar parte de la tripulación de presa, la de asalto. Pienso en los míos".
Ya pertrechados, Antón y otros siete compañeros embarcan en dos zodiac de asalto "a las que llamamos chaparritas". Les queda como una hora de navegación hasta el objetivo. "El Petrel tiene que quedarse a distancia para no ser localizado por los radares de los narcos. El mar está picado, mejor, así las olas nos sirven de barrera".
A las 3 tienen el objetivo a la vista. "La adrenalina se desboca. No nos han visto. Sólo piensas en que la ola de tu lancha coincida con la del otro barco para facilitarte el salto. Dos compañeros llevan subfusiles por si fuera preciso darnos cobertura". "¡Ahora!", es el grito de guerra. "¡Antes de que tiren la droga al mar!".
Maldición, el patrón del pesquero es un conocido mío,
del mismo pueblo
Todo sucede en pocos minutos. El San Miguel, de bandera venezolana, es nuestro. "Maldición , el patrón del pesquero es un conocido mío, del mismo pueblo, ya se rumoreaba...".
Todos están bien, no hay heridos. Hay que avisar al Petrel. Hay siete detenidos, seis gallegos y el garantía colombiano, el que supervisa su operación. El botín: 4.080 kilos de coca. "Cuando amanezca, traspasaremos la droga y remolcaremos el barco. Volvemos. Ahora ya puedo llamar a mi casa".

http://www.20minutos

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Los reyes del sur

17 OCT 2010 21:02
Sonó el teléfono y sabía que no iba a morir. El destino, como él dice, le había colocado en el lado de los buenos. Sólo una vez le vio la hoz a la parca, en una intervención de la que dice 'haber aprendido'. Dos horas en el mar en mitad de la noche, tras estrellarse tu helicóptero, dan mucho que pensar. Javier Collado, comandante del helicóptero Argos I, vigila desde hace 24 años la zona más caliente de las costas españolas: el Estrecho de Gibraltar. Él y dos compañeros más, uno de ellos su sobrino, conforman 'el pájaro de Algeciras'. Los pájaros o helicópteros son el medio de Vigilancia Aduanera más temido por los narcotraficantes.

Ellos son la punta de lanza de un equipo que cuenta con más de 400 personas, un aviocar, tres helicópteros y 14 lanchas de alta velocidad. La sección andaluza de Vigilancia Aduanera es la más activa de esta dirección de Agencia Tributaria. Al año incautan más de 100 toneladas de hachís, la mitad de lo que se aprehende en todo el país. De ahí que no sólo acumulen halagos por parte de las administraciones nacionales y europeas, también la literatura se fijó en ellos. Arturo Pérez- Reverte les inmortalizó en 'La reina del sur' (de ahí el inicio del reportaje). No obstante, los flashes no les gustan a estos seres nocturnos. El único foco que aceptan es el suyo apuntando a una 'goma' en medio de una descarga de alijo.
En eso consiste el operativo de vigilancia, horas y horas en el aire escudriñando el mar con una cámara térmica que podría registrar los ojos de un hombre a 5.500 pies de altitud. Cuando se detecta una goma, avisar a las lanchas rápidas, y perseguir a la embarcación a más de 150 nudos (unos 300 kilómetros por hora) hasta que alijen en la playa. 'Es la única forma de coger mercancía que es lo que nos interesa' dice el piloto de una de las lanchas rápidas. 'Antes había respeto entre buenos y malos', dice Javier. 'Ahora se ha perdido el misticismo, cada uno hace su labor desde el lado que le ha puesto el destino', añade.

Todo ello, se realiza en una franja de territorio amplísima apenas separada por trece kilómetros de la costa africana. Ése es el punto débil, la cercanía. 'Al ver ellos la costa siempre van a intentar huir y eso dificulta mucho la persecución', comentan desde la patrullera. A pesar de que las 'Águilas', lanchas rápidas de vigilancia, tienen una potencia de 1200cv y pueden superar los 50 nudos (unos 100 kilómetros hora), los traficantes tienen 'Fórmulas Uno' del agua. 'Las de tres motores en persecución son inalcanzables pero a las de dos se les puede dar guerra', puntualizan los funcionarios. No obstante, muchas veces, aunque no les cojan ese acoso sirve para que los contrabandistas tiren la mercancía al mar.
Al trabajo activo de vigilancia e interceptación hay que sumarle la prevención informática, una no menos oscura labor que la que se realiza sobre el agua. Internet se combina con el clásico chivatazo para favorecer el trabajo de las unidades operativas. Una de las últimas intervenciones se saldó con la aprehensión de un velero llamado Phoenix III en cuyo interior había más de 30 sacos de hachís con un peso de más de 5.700 kilos. Probablemente, mientras lean estas líneas las aspas del helicóptero ya habrán olido nuevas víctimas y los motores de las lanchas ya habrán rugido tras otros 'malos'. Y esta novela jamás tendrá fin.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/latrinchera/2010/10/17/los-reyes-del-sur.html-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

A LA CAZA DEL NARCO

Resulta extraño cómo pueden coincidir a veces la realidad y la ficción. José Luis Domínguez, el observador del pájaro, está atento a la pantalla del visor térmico de Argos, la nave del cielo que lleva un gran ojo nocturno en la proa. "Todavía no nos han visto", dice. En la pantalla, mientras el helicóptero de Vigilancia Aduanera vuela en la noche, acercándose a la playa desde el mar, la goma es una mancha alargada en la orilla, y los malos, una docena de siluetas que se mueven alrededor acarreando fardos de 30 kilos de hachís. La semirrígida de nueve metros a la que seguimos el rastro ha ido a varar en una playa oscura de Guadalmina Baja, a poniente de Marbella. Y mientras Javier Collado, el piloto, lanza el pájaro sobre ellos a 150 nudos de velocidad no puedo evitar una risa incrédula. Esos tíos están alijando el hachís a pocos metros de la casa de Teresa Mendoza, alias La Mejicana, compruebo asombrado. Ni a propósito. Cualquiera diría que acaban de leerse la maldita novela, o que salen de ella.

Veintinueve meses de trabajo concluyen esta noche, aquí mismo, sobre la playa. Quinientas cincuenta páginas que he querido rematar en uno de los escenarios de la historia, para recordar los últimos detalles -estoy a tiempo de corregir las galeradas- y también como excusa para salir una noche más de caza con los viejos amigos, ahora que la realidad se mezcla en mi cabeza con la ficción hasta el punto de que resulta imposible separar una de otra. (...) En cuanto a la escena que vivo esta noche, suspendido entre cielo y mar en la cabina del BO-105 de Vigilancia Aduanera, ya la viví muchas veces como reportero, en otro tiempo, cuando entre viaje y viaje de la cosa bélica venía de caza al Estrecho; porque Gibraltar era la principal base contrabandista del Mediterráneo occidental y las imágenes eran rentables y espectaculares, y había adrenalina a chorros, y encima abríamos con esas imágenes los telediarios y nos lo pasábamos -Márquez, Valentín, los viejos colegas de la Betacam- de cojón de pato. Pero de eso hace la tira. Desde entonces han cambiado las cosas; y además, esta noche, lo que hago no tiene fronteras claras entre lo imaginado y lo vivido. Gracias a los viejos amigos de Aduanas -la agenda de un antiguo reportero contiene de todo-, ahora no vuelo para la tele, como cuando era un mercenario más o menos honesto, sino que vuelo para mí. Para la novela en la que trabajo desde hace 29 meses: la joven mexicana que huye a España y, tras un largo y accidentado camino de 12 años, se convierte en la reina del narcotráfico en el estrecho de Gibraltar. Y lo paradójico es que, en la historia que se cierra esta misma noche, el escenario que elegí hace mucho tiempo para la imaginaria residencia española de la protagonista, Teresa Mendoza, la Reina del Sur, está a menos de quinientos metros de la playa donde ahora el helicóptero de Vigilancia Aduanera cae del cielo sobre la planeadora contrabandista. Lo que tiene mucha guasa, o al menos la tiene para mí. Y lo más curioso es que ni los hombres que están en tierra ni los que se encuentran en la cabina aquí arriba saben nada de eso. Ya ves, me digo. Chaval. Qué extrañas son las coincidencias y las bromas de la vida. (...)
"Vamos allá", dice el piloto. Abajo, en la playa, los malos no nos ven hasta que tienen el pájaro encima, cuando la sombra negra parece salir del mar y Javier les mete el foco en los ojos, y corren en desbandada, arrojando los fardos. Maricón el último. Los hemos pillado justo en el momento: demasiado pronto tiran el hachís al mar, demasiado tarde se largan por tierra y se escapan a bordo de la planeadora vacía. Las palas volando a dos metros del suelo levantan torbellinos de arena, y entre ellos se tira José Luis Domínguez, blandiendo la linterna a modo de arma mientras grita, "alto, Aduanas, alto", mientras los malos, que no le hacen, por supuesto, ni puto caso, corren como conejos y el oleaje atraviesa la goma abandonada en la playa. Hasta hay un cojo, lo juro, que deja la muleta en la playa y sale zumbando a saltos sobre la pierna sana. Pero lo que interesa es asegurar el hachís: esta noche solo somos cuatro porque todo fue rápido y no hubo tiempo de avisar a nadie en tierra, y ya me dirán cómo se para a 11 o 12 tíos alumbrándolos con una linterna. Además, si aparece ahora la Guardia Civil, teme José Luis, y te pillan descuidado, les echan mano a los fardos y se apuntan el servicio. "Que para eso los picos madrugan que te cagas, oye". Y Jesucristo dijo hermanos y tal, pero nadie dijo primos. Así que los pilotos maniobran el pájaro acercándolo más a la playa, José Luis le pone un pirulo con destellos azules al hachís y los malos, qué remedio, se piran por esta noche, porque lo que es yo no voy a ponerme a perseguir a nadie. Ni siquiera al cojo, que a estas alturas, salta que te salta, debe de andar ya por Estepona. El que suscribe es novelista y solo ha venido a mirar. Además, qué carajo. También los malos me son familiares, pienso mientras salto a mi vez del helicóptero y me acerco a la planeadora para observarla de cerca. Varias de las escenas de la novela que acabo de terminar transcurren a bordo de lanchas de goma como esta, con cargas similares a la que transporta. En otro tiempo mantuve también estrechas relaciones con los del otro lado de esa frontera, a veces difusa, que solemos definir como la de el delito y la ley. Eso me ha permitido contar la historia de Teresa Mendoza precisamente desde ese lado: recrear las persecuciones nocturnas, la costa marroquí, las luces de los faros españoles entrevistas en la marejada, cuando aún no había GPS y se navegaba a ojo, a puros huevos, del economato de Al Marsa derecho al norte, por ejemplo; o rumbo 60 desde Ceuta, y al perder de vista el faro, rumbo norte, entre las farolas de Estepona y de Marbella. Narrar la forma de vida de los narcos del Estrecho, tal y como los conocí hace 15 o 20 años. Algunos de los viejos amigos de ese otro lado de la noche -entonces eran jóvenes, y las planeadoras, el tabaco, el hachís y el mar suponían para ellos una gozosa y rentable aventura- ya no están. Se han jubilado. Hola, adiós. Cómo pasa el tiempo, colega. Otros están muertos: completamente RIP. Y a algunos, varios años en cárceles marroquíes los han vuelto casi irreconocibles, amargos y malos de verdad. En fin. (...)
También ellos son leyenda, aunque no lo sepan, pienso mientras observo moverse por la playa a los tripulantes del pájaro. Y también son cazadores natos, decido una vez más. Nadie se mete en una planeadora solo por dinero. Ni loco. Nadie los persigue jugándose la vida solo por sentido del deber. Ni borracho. Hay algo personal en todo esto. Reglas propias, códigos íntimos de cada cual. Hace muchísimo tiempo que conozco a algunos de ellos, tanto dotaciones de helicópteros como de turbolanchas HJ, y estos tíos siguen asombrándome. Vuelan de noche a ras del mar, empapados por el aguaje de las lanchas contrabandistas, se tiran en la oscuridad sobre planeadoras que huyen entre pantocazos a 50 nudos, aterrizan en playas estrechas y lugares imposibles, abordan mercantes cargados de cocaína en mitad del Atlántico. Tengo un montón de cintas de vídeo hechas con ellos en los viejos tiempos: persecuciones increíbles en Galicia, en el Estrecho, a bordo del pájaro o planeando a 50 nudos en palmos de agua por la orilla, o entre las bateas mejilloneras, a oscuras y con la única luz del foco oscilante, los rostros de los contrabandistas mirando atrás, los fardos arrojados por la borda, el aguaje de la planeadora cegando al helicóptero, la adrenalina, el miedo, la caza. Chíngale.
La caza. Esa palabra acude constantemente a mi cabeza esta noche, y tal vez sea porque lo resume todo: lo que ellos hacen, lo que yo hago aquí; la novela que he escrito y de la que por fin, de esta forma casi simbólica y frente a tonelada y pico de chocolate fresco, acabo de librarme. A media historia, capítulo seis, necesité algo concreto. Imaginar sobre el terreno, o más bien sobre el mar, el itinerario de una persecución a lo largo de la costa española, desde Punta Castor, cerca de Estepona -un sitio cojonudo para alijar hachís, dicho sea de paso-, hasta un lugar conocido como la Piedra de León. Anduve por la zona dándole vueltas, sin terminar de verlo del todo, hasta que la gente de Vigilancia Aduanera me sacó del apuro. Chema Beceiro, el patrón de una HJ, me llevó de patrulla nocturna al mar, como en los viejos tiempos, y a bordo de esa embarcación pude establecer, milla a milla, el itinerario que Santiago Fisterra, alias El Gallego, el patrón de la planeadora Phantom en la que navega Teresa Mendoza, sigue a lo largo de la costa en una escena de cacería nocturna donde solo los nombres de los personajes son del todo ficción. Roooar. Como la vida misma.
"Estoy sangrando como un jalufo". José Luis, el observador del helicóptero, se ha cortado profundamente las manos con los cristales de una tapia al perseguir a los malos. (...) Javier Collado deja a Juan, el copiloto, vigilando el helicóptero, y viene a reunirse con nosotros. Javier es mi amigo desde hace 15 años: desde aquella primera noche en que salimos juntos a cazar planeadoras gibraltareñas, él para Vigilancia Aduanera, y yo, para los telediarios, o para Informe semanal, o para algo de la tele, ya no me acuerdo bien, y nos quedamos el uno con el otro para siempre. Durante mi vida como reportero volé muchas veces en helicóptero, en paz y en guerra, con pilotos militares y civiles, y jamás encontré uno como él. (...) De las 12.000 horas de vuelo que acaba de cumplir, las cuatro quintas partes las ha hecho volando de noche. Es leyenda viva, y yo he visto a los contrabandistas, al reconocerlo, darse con el codo y mirarlo con respeto. Ahí va ese hijoputa. Fíjate, oye. El piloto del pájaro. Y quiero tanto a este cacereño volador, que hasta lo he metido en la novela, con nombre y apellidos. De personaje. Me lo prohibió, claro, porque todo lo agresivo que resulta cuando está allá arriba lo es de tímido en tierra firme, donde no habla por no molestar. Pero me importa un pito. Los amigos están para joderlos, le he dicho. Y para compensar el mal trago de verse como personaje de ficción, acabo de regalarle un dibujo de Joan Mundet, el ilustrador de El capitán Alatriste, para las dotaciones de los helicópteros Argos de Aduanas: el jalufo. Un cerdo con casco de piloto y bufanda de Snoopy bajo un cielo estrellado, con la leyenda: VenorNoctu: cazo de noche. Con dos cojones.
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